En esta pieza de principios de los años 70, Sergio Endrigo, renovando la mejor tradición lírica de los trovadores de la Provenza, aborda con habilidad compositiva y fresca inspiración un tema central de la modernidad: la cuestión ecológica y medioambiental.
El problema no se examina en una dimensión analítica, fría e intelectual, sino que emerge suavemente de la estructura metafórica que sustenta el texto.
Siguiendo los pasos de Jaufré Rudel y García Lorca, el poeta Endrigo modula con elegancia imágenes evocadoras y llenas de significado y consigue perfilar un cuadro sintético, eficaz y dramáticamente esencial.
El motivo ecológico, en un sentido amplio y, por así decirlo, universal y omnicomprensivo, encuentra una interesante oportunidad meditativa en la estimulante alegoría propuesta por Endrigo.
El incipit de la pieza es extremadamente incisivo y no deja dudas de interpretación: el equilibrio orgánico y natural se ha roto, la direccionalidad espontánea de los procesos ambientales y su integración armónica han sufrido un grave proceso degenerativo aparentemente irreversible e inevitable.
El vuelo de las gaviotas, símbolo canónico de pureza y vitalidad, ha sido contaminado por un elemento patológico que se ha infiltrado en el ordo rerum, alterándolo de raíz. Los pájaros parecen estar «teledirigidos», es decir, gobernados por un principio mecánico completamente ateológico y ciego.
Por si fuera poco, la playa está poblada de conchas muertas, inexistentes, fantasmales, y el cielo, tradicional punto de referencia de los movimientos humanos, niega al navegante toda posibilidad de orientación y conciencia espacio-temporal. La estrella, no por casualidad, es de acero y está privada de su luminosidad casi providencial y benévola. El hombre -el marinero perdido es una clara metáfora- parece confundido, mientras los niños cultivan sus últimas ilusiones, inducidas por un cielo azul pero indiferente.
El orden de los fenómenos, en el delirio de omnipotencia de la tecnología, se invierte inexorablemente y el caballero antiheroico sólo puede ser aniquilado por un monstruoso caballo de lata, casi un presagio de derrota y fracaso para una civilización incapaz de encontrar un sentido y una identidad ontológica.
La tierra y el mar se reducen a un extraño e informe polvo blanco y toda una ciudad, concluye Endrigo, se pierde en el desierto. El desierto de la indiferencia y la exasperación individualista, quizás.
La fatiga de ser hombre se condensa en esa casa vacía que ya no espera a nadie, porque toda pertenencia está precluida para quien ha sido engullido por el agujero negro de la incomunicación. El hombre que aquí se dibuja implícitamente ya no tiene hogar ni patria. Es un homo viator condenado a una peregrinación que parece reproducir no tanto el modelo agustiniano y dantesco del itinerario hacia Dios, como una especie de compulsión neurótica a la repetición. Entonces, de repente, el punto de inflexión. El barco partirá. Aquí está la esperanza, la idea aún indeterminada pero fuerte de una recuperación, de una palingenesia.
Será como el arca de Noé, añade Endrigo que, con esta alusión, quiere expresar un sentido de hermandad cósmica que regenera y revive. Y en esa arca, último baluarte al borde del abismo, la imaginación del poeta ve un perro, un gato y dos personas sin nombre unidas, «tú y yo», o el yo y el otro, el propio hermano, los dos sujetos activos del nuevo reparto.
Antonio Valentino
Fuente
Género: Pop
L’arca di Noè
Dall’America