La observación hecha en el dossier de di Leo sobre la elección ambiental de Secuestro de Una Mujer sigue siendo válida. La elección de ahogar la ciudad en una noche constante, sin luz, sin mar, sin chumberas, nada que hable de la sicilianidad de postal que ilustraban las otras películas que hablaban de la Mafia, incluso las de alto arte. El folclore ambiental no está ahí. E incluso durante el día, el cielo que se cierne sobre la catedral de Palermo es ceniciento, lívido, tiene el mismo tono que el hierro, es un paño mortuorio o un sudario, mejor aún, que los dioses han extendido sobre una ciudad muerta. Cuando lo anunciaron, se titulaba I bosses, en plural, y mostraba un reparto provisional muy distinto del que acabó haciendo la película: Romolo Valli también estaba en ella. Di Leo no recordaba esta etapa, pero dijo que había pensado en la película de esta manera desde el principio: la historia de un picciotto que ha sido criado por un jefe de la mafia, se ha vuelto leal a él como un perro, pero en un momento dado se ve obligado a obedecer órdenes superiores que le exigen matar a su padrino. Y lo hace.
Lanzetta, Henry Silva, es un asesino a sueldo que va por libre y resuelve todos los problemas que se le presentan. Todo el mundo ha visto la escena inicial de la película, cuando irrumpe en el «cine porno» y masacra a los presentes disparando granadas contra la sala. “Y sólo alguien con sífilis en el cerebro como Lanzetta puede ir por ahí disparando un lanzagranadas. Cristo, qué fenómeno», comentó un opositor. Palermo como Vietnam, ahora recurrimos al napalm. Henry Silva, que tiene una cara que parece un bloque de pizarra, se coloca a su lado, para complementar y contrastar, como le gustaba hacer a di Leo y desarrollar este tipo de yuxtaposiciones, a una chica que es hija del padrino al que mató y que es una salvaje ninfómana amoral: Antonia Santilli, un personaje que en otra vida ayudamos a convertir en culto entre los iniciados del bis a bis italiano. Sin embargo, fue elegida sabiamente, no sólo por su aspecto ortodoxo siciliano, pelo negro, ojos negros, sino porque doblada de la manera adecuada emergió de la película como uno de esos grandes personajes femeninos por los que el cine de Fernando también debería ser recordado, además de por todo lo demás. Figuras libres, independientes, dueñas de sí mismas, vanguardistas. Mujeres dueñas de su propia vida y sexualidad, arrojadas en medio de un mundo antiguo, inmóvil, lleno de polvo y sangre.
Secuestro de Una Mujer, nominalmente derivada de una novela americana de Peter McCurtin, tiene por encima de todo esto lo nuevo y emocionante, el cruce imposible entre la ametralladora sin sentimientos que es Lanzetta y el libertino sin moral que interpreta la bella Antonia. A Di Leo hay que buscarlo donde está y en este caso está aquí, dentro de esta relación imposible, la versión noir y de matadero de un Último tango en París que aún no existía, que sólo puede acabar de una manera, y lo sabemos desde el principio, pero que sin embargo nos apena, o más bien nos pone un nudo en la garganta, ver el resultado de esa salva disparada dentro de la puerta que la alcanza a ella, a Antonia. En el suelo, le acaricia la cabeza durante tres segundos, luego se levanta y se va: ésa es la imagen de la película. Fernando quería crear las condiciones para algo por lo demás íntimo y cerrado y precioso -aunque ferozmente-, una burbuja protegida que flota en el aire negro y rojo del Palermo de cadáveres maltrechos, granadas, traiciones, masacres, connivencias. Y que no puede, al final, dejar de disolverse en un estallido. De hecho, en un soplo.
Davide Pulici
Fuente
Género acción crime
Reparto
Henry Silva: Nick Lanzetta
Richard Conte: Don Corrasco
Gianni Garko: Comisario Torri
Antonia Santilli: Rina Daniello
Corrado Gaipa: abogado Rizzo
Marino Masè: Pignataro
Pier Paolo Capponi: Cocchi
Howard Ross: Melende
Claudio Nicastro: Don Giuseppe Daniello
Banda sonora Luis Bacalov